Cada vez que comenzamos un proyecto o un nuevo camino, esperamos los mejores resultados, sin contar o evaluar los probables (vaya que son probables y de hecho necesarios) obstáculos que se nos van a presentar en el trayecto, dificultades que sin lugar a dudas forjarán carácter en cada uno de nosotros y nos blindará ante la vida misma.
¡Mentira! Llevas toda tu vida luchando por conseguirlo, por llegar al punto de no retorno en tus metas e ideales y de pronto sólo consigues que al parecer, el éxito es ser millonario y famoso, a pesar de poder encontrarte totalmente solo y no conocer ni a la mitad de las personas que tanto hablan de ti, principalmente queriendo ser como tú.
Conseguir una meta no es fácil, de hecho, el esfuerzo que demanda alcanzar los sueños siempre está sujeto a muchas variables que se presentan en el camino y es lo que nos hace entender desde el comienzo que el éxito no es inmediato, que lleva su tiempo, un proceso largo que debe forjarse con base en el trabajo y la paciencia.
Esta etapa de nuestra de vida es sin duda, la vida misma. Nacemos pequeños, demasiado pequeños e indefensos ante un mundo cada vez más complicado y evolutivo que en cualquier descuido nos come.
Cuando decidimos emprender en determinadas áreas o proyectos, buscamos objetivos a los que muchas veces, no le trazamos un plan adecuado, y no damos un seguimiento óptimo para resultados adecuados.
A sabiendas de esto, el éxito comienza a dispersarse como aquella figura en la que nos rodea el dinero, los yates, los lujos, que no son malos, pero que de nada sirven ante lo vacío de la estancia en lugar, ante la ausencia de musas que nos permitan mejorar, aun cuando podamos ser ya los mejores.
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